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Le pongo el dedo en los labios. "Tienes que callarte un momento para que pueda decirte algo". "¿Qué?", dice ella, mordiéndome el dedo. La miro. "Te quiero". Se queda callada, el tipo de silencio que se hunde en ella, la ablanda. "Bueno, eso funciona", dice por fin, con la voz más grave y sin aliento, los ojos húmedos, "porque yo también te quiero". Se gira, se apoya en mi brazo y se acomoda en mí.