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De vuelta en el ático de Georgie, desenchufa el teléfono y empieza a desplazarse por los nombres de las llamadas marcadas, rezando a quien quiera escucharle. A Dios. Niño Jesús. Santo Tomás el incrédulo. A quien sea, patrón de los perdedores. Rezando: "Por favor, por favor, que no sea verdad". El primer nombre lo destroza. El segundo le hace girar la cabeza.