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El Bibliotecario reflexionó un rato. Así que... un enano y un troll. Prefería ambas especies a los humanos. Para empezar, ninguno de los dos era un gran lector. El Bibliotecario estaba, por supuesto, muy a favor de la lectura en general, pero los lectores en particular le ponían de los nervios. Había algo, bueno, sacrílego en la forma en que no paraban de coger libros de las estanterías y desgastar las palabras leyéndolos. Le gustaba la gente que amaba y respetaba los libros, y la mejor manera de hacerlo, en opinión del Bibliotecario, era dejarlos en los estantes donde la Naturaleza pretendía que estuvieran.