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  • Su olor -el aroma de un demonio, incienso de canela, almizcle ambarino- me envolvió, llenó mis pulmones. Sentí que podía respirar de nuevo, sin que cada bocanada de aire estuviera contaminada por el hedor de las células moribundas. Su olor parecía revestir de paz mis maltratadas entrañas y fluir hasta la mitad de mi cuerpo para extenderse por mis venas. Volví a llenar mis pulmones. Mientras pude, antes de que lo que sin duda era una alucinación se desvaneciera.