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  • Entonces sus ojos se entrecerraron. El sol se colaba por la ventana detrás de ella y los ojos de Dageus eran dorados, salpicados de motas más oscuras. Ahumados y sensuales, bordeados por espesas pestañas oscuras, pero dorados al fin y al cabo. "¿Qué te pasa en los ojos?", exclamó. "¿Es parte de ser un druida?" "¿De qué color son?", preguntó con recelo. "Dorados". Le dedicó otra sonrisa desprevenida. Era como tomar el sol, pensó ella, y le pasó los dedos por la mandíbula ensombrecida por la barba, devolviéndole la sonrisa sin poder evitarlo.

    Karen Marie Moning (2002). “The Dark Highlander”, p.264, Dell