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Todo importaba y nada importaba, y estaba cansada de intentar averiguar cómo ambas cosas eran ciertas. Era un picor que me había rascado tanto que sangraba. Me había propuesto hacer lo imposible, fuera lo que fuera lo imposible, sólo para descubrir que era vivir conmigo misma. El suicidio se convirtió en una fecha de caducidad, el día después del cual ya no tenía que intentarlo.