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Si diseñáramos un organismo que se ocupara de la vida en nuestro solitario cosmos, que controlara hacia dónde se dirige y llevara un registro de dónde ha estado, no elegiríamos a los seres humanos para esa tarea. Pero aquí hay un punto extremadamente importante: hemos sido elegidos, por el destino o la Providencia o como quieran llamarlo. Por lo que sabemos, somos lo mejor que hay. Puede que seamos todo lo que hay. Es desconcertante pensar que podemos ser simultáneamente el logro supremo del universo viviente y su peor pesadilla.