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Las puestas de sol se aman porque desaparecen. Las flores se aman porque se van. A los perros del campo y a los gatos de la cocina se les quiere porque pronto se irán. No son las únicas razones, pero en el corazón de las bienvenidas matutinas y las risas vespertinas está la promesa de la despedida. En el hocico gris de un perro viejo vemos el adiós. En el rostro cansado de un viejo amigo leemos largos viajes más allá del regreso.