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Es difícil deshacer nuestro propio daño y volver a llamar a nuestra presencia lo que hemos pedido que se vaya. Es difícil profanar una arboleda y cambiar de opinión. Las santísimas montañas guardan silencio. Hemos apagado la zarza ardiente y no podemos volver a encenderla; estamos encendiendo cerillas en vano bajo cada árbol verde.