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  • Y aquella criatura macilenta, sin manos ni pies, a la que había que acostar y alimentar como a un niño, aquel lamentable resto de hombre, cuya vida casi desvanecida no era más que un grito de dolor, gritaba con furiosa indignación: '¡Qué tonto hay que ser para ir a suicidarse!'. " - "La alegría de vivir