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Y así, mientras el resto del mundo seguía desprevenido, bebiendo su café, leyendo la página de deportes y recogiendo su ropa de la tintorería, yo me incliné hacia delante y besé a Dexter, tomando una decisión que lo cambiaría todo. Tal vez en algún lugar hubo una onda, un pequeño salto, algún pequeño cambio en el universo, apenas perceptible. No lo sentí entonces. Sólo sentí que él me devolvía el beso, que me dejaba entrar en la luz del sol mientras me perdía en su sabor y sentía que el mundo seguía, como siempre, a nuestro alrededor.