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La mayor gloria de la criatura consiste en ser sólo un recipiente para recibir, gozar y manifestar la gloria de Dios. Sólo puede hacerlo en la medida en que esté dispuesta a no ser nada en sí misma, para que Dios lo sea todo. El agua siempre llena primero los lugares más bajos. Cuanto más bajo y vacío se encuentre un hombre ante Dios, más rápida y completa será la afluencia de la gloria que lo sumerge.