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Nunca se me han dado bien ni las manos ni los pies. Siempre me pareció que se me habían pegado como una ocurrencia tardía durante mi formación. Los sueños no se traducían en deportes, ni en música, ni en baile, ni en carpintería, ni en fontanería. Yo era el niño de los libros, más a gusto en las páginas de una fantasía que en la habitación de la ciudad del planeta.