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Sus labios, parcialmente abiertos, se abrieron de par en par y su lengua, suave y perfumada, penetró en su boca, donde comenzó una búsqueda incesante de palabras sin forma, de un código secreto grabado allí. La lengua de Tengo respondió inconscientemente a este movimiento y pronto sus lenguas fueron como dos serpientes jóvenes en un prado primaveral, recién despertadas de su hibernación y entrelazándose hambrientas, cada una guiada por el aroma de la otra.