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Will se sentó donde estaba, contemplando el cuenco de plata que tenía delante; una rosa blanca flotaba en él, y parecía dispuesto a mirarla fijamente hasta que se hundiera. En la cocina, Bridget seguía cantando una de sus horribles canciones tristes; la letra entraba por la puerta: "Una noche que iba a tomar el aire, oí a una criada quejarse; dijo: '¿Viste a mi padre? ¿O a mi madre? ¿O visteis a mi hermano Juan? ¿O visteis al muchacho que más quiero, y que se llama Dulce William?" Podría asesinarla, pensó Tessa. Que haga una canción sobre eso.