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Recuerdo haber aprendido alemán -tan hermoso, tan extraño- en la escuela en Australia, al otro lado de la tierra. A mi familia no le sorprendía que aprendiera una lengua tan extraña y fea y, aunque por supuesto demasiado sofisticada para decirlo, la lengua del enemigo. Pero a mí me gustaba su naturaleza pegajosa, construir palabras largas y flexibles juntando palabras cortas. Se podían crear cosas que no tenían nombre en español: Weltanschauung, Schadenfreude, sippenhaft, Sonderweg, Scheissfreundlichkeit, Vergangenheitsbewältigung.