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  • El fuego. El olor del enebro ardiendo es la fragancia más dulce sobre la faz de la tierra, a mi honesto juicio; dudo que todos los incensarios humeantes del paraíso de Dante pudieran igualarlo. Una bocanada de humo de enebro, como el perfume de la artemisa después de la lluvia, evoca en mágica catálisis, como cierta música, el espacio y la luz y la claridad y la penetrante extrañeza del Oeste americano. Que arda durante mucho tiempo.

    Edward Abbey (1988). “Desert Solitaire”, p.13, University of Arizona Press