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  • Los copos de nieve a la deriva rozaron su rostro tan ligeros como besos de amante y se derritieron en sus mejillas. En el centro del jardín, junto a la estatua de la llorona que yacía rota y semienterrada en el suelo, volvió el rostro hacia el cielo y cerró los ojos. Podía sentir la nieve en las pestañas, saborearla en los labios. Era el sabor de Invernalia. El sabor de la inocencia. El sabor de los sueños.

    George R. R. Martin (2003). “A Storm of Swords: A Song of Ice and Fire: Book Three”, p.1098, Bantam