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No vivimos para poder comer, ni comemos para poder vivir. La vida merece ser vivida por sí misma. La vida no puede satisfacerse cuando se vive como una entidad consumidora. Cuando se llena con aquello que satisface un hambre que es a la vez física y espiritual en una reciprocidad que sustenta a ambas sin violar ninguna de ellas, sólo entonces la vida puede ser verdaderamente satisfactoria.