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Perdió gran parte de su apetito. Por la noche, una mano invisible la despertaba cada pocas horas. El dolor era fisiológico, una alteración de la sangre. A veces transcurría un minuto entero de pavor sin nombre -el tictac del reloj de cabecera, la luz azul de la luna cubriendo la ventana como pegamento- antes de que recordara el hecho brutal que lo había provocado.