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Los árboles bañaban sus grandes cabezas en las ondas de la mañana, mientras que sus raíces se hundían profundamente en la penumbra; excepto donde los rayos del sol rompían contra sus tallos, o se deslizaban en largas corrientes a través de sus avenidas, bañando de un tono más brillante todas las hojas sobre las que fluía; revelando el rico marrón de las hojas marchitas y los piñones caídos, y los delicados verdes de las largas hierbas y los diminutos bosques de musgo que cubrían el canal sobre el que pasaba en los inmóviles ríos de luz.