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Decimos a nuestros hijos que están atrapados como ratas en un planeta condenado, en bancarrota, acosado por gángsters, con recursos cada vez más escasos, sin nada que esperar salvo la subida del nivel del mar y una inminente extinción masiva, y luego levantamos una ceja de desaprobación cuando, en respuesta, se visten de negro, se cortan con cuchillas, se mueren de hambre, se atiborran o se matan unos a otros.