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A veces me enfadaba porque las cosas no salían muy bien, estropeaba un flapjack, o resbalaba en el campo de nieve mientras cogía agua, o una vez mi pala se fue navegando por el barranco, y me enfadaba tanto que quería morder las cimas de las montañas y entraba en la choza y daba patadas al armario y me hacía daño en un dedo del pie. Pero que la mente tenga cuidado, aunque la carne esté fastidiada, las circunstancias de la existencia son bastante gloriosas.