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Parecía y olía como el mismísimo hermano del otoño, con la cara quemada por el sol hasta el color del trigo, los ojos azules como flores de maíz, las mangas y las polainas teñidas de manchas de fruta, las manos húmedas por el dulce zumo de las manzanas, el sombrero salpicado de pepitas, y por todas partes a su alrededor la dulce atmósfera de la sidra que en su primer regreso cada temporada ejerce una fascinación tan indescriptible sobre los que han nacido y crecido entre los huertos.