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Se encontró recordando cómo una mañana de verano ambos habían partido de New York en busca de la felicidad. Quizá nunca habían esperado encontrarla, pero aquella búsqueda había sido en sí misma más feliz que cualquier otra cosa que él hubiera esperado para siempre. La vida, al parecer, debía ser un montaje de accesorios alrededor de uno, de lo contrario era un desastre. No había descanso ni tranquilidad. Había sido inútil su anhelo de ir a la deriva y soñar, nadie iba a la deriva excepto hacia los torbellinos, nadie soñaba, sin que sus sueños se convirtieran en fantásticas pesadillas de indecisión y arrepentimiento.