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Ya no somos jóvenes. Hemos perdido todo deseo de conquistar el mundo. Somos refugiados. Huimos de nosotros mismos. De nuestras vidas. Teníamos dieciocho años, y acabábamos de empezar a amar el mundo y a amar estar en él; pero teníamos que dispararle. El primer proyectil que cayó fue directo al corazón. Nos han apartado de la acción real, de seguir adelante, del progreso. Ya no creemos en esas cosas; creemos en la guerra.