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Los gitanos de hoy, que viven en Praga desde hace sólo dos generaciones, encienden un fuego ritual allí donde trabajan, un fuego de nómadas que crepita sólo por el placer de hacerlo, una llamarada de madera desbastada como la risa de un niño, un símbolo de la eternidad que precedió al pensamiento humano, un fuego gratuito, un regalo del cielo, un signo vivo de los elementos desapercibido por el peatón cansado del mundo, un fuego en las cunetas de Praga que calienta el ojo y el alma del vagabundo.