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Y no, no era vergüenza lo que ahora sentía, ni culpa, sino algo más raro en mi vida y más fuerte que ambas cosas: remordimiento. Un sentimiento más complicado, cuajado y primigenio. Cuya característica principal es que no se puede hacer nada al respecto: ha pasado demasiado tiempo, se ha hecho demasiado daño, como para enmendarlo.