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  • No, libros. Tenía unos veinte a la vez, repartidos por toda la casa: en la mesa de la cocina, junto a su cama, en el cuarto de baño, en nuestro coche, en sus maletas, en una pequeña pila al borde de cada escalera. Y usaba cualquier cosa que encontraba como marcapáginas. Mi calcetín perdido, el corazón de una manzana, sus gafas de leer, otro libro, un tenedor.