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Ser amado pero no conocido es reconfortante pero superficial. Ser conocido y no amado es nuestro mayor temor. Pero ser plenamente conocido y verdaderamente amado es, bueno, muy parecido a ser amado por Dios. Es lo que más necesitamos. Nos libera de la pretensión, nos hace más humildes y nos fortalece para cualquier dificultad que la vida nos depare.