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La lectura era como una adicción; leía mientras comía, en el tren, en la cama hasta altas horas de la noche, en la escuela, donde guardaba el libro escondido para poder leer durante la clase. Al poco tiempo me compré un pequeño equipo de música y me pasaba todo el tiempo en mi habitación escuchando discos de jazz. Pero casi no tenía ganas de hablar con nadie de la experiencia que había adquirido con los libros y la música. Me sentía feliz siendo yo y nadie más. En ese sentido se me podría llamar un solitario apilado.