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El deber de cada súbdito es del Rey; pero el alma de cada súbdito es suya. Por lo tanto, cada soldado en las guerras debe hacer como cada enfermo en su cama, lavar cada mota de su conciencia; y muriendo así, la muerte es para él una ventaja; o no muriendo, el tiempo fue benditamente perdido en el que tal preparación fue ganada; y en aquel que escapa, no sería pecado pensar que, haciendo Dios una oferta tan libre, Él lo dejó sobrevivir el día para ver Su grandeza y enseñar a otros cómo deben prepararse.