No tenía nada que ver con el equipo o el calzado, ni con las modas o filosofías mochileras de una época en particular, ni siquiera con llegar del punto A al punto B. Tenía que ver con lo que se sentía al estar en la naturaleza. Con lo que se sentía al caminar durante kilómetros sin otro motivo que ser testigo de la acumulación de árboles y prados, montañas y desiertos, arroyos y rocas, ríos y pastos, amaneceres y atardeceres. La experiencia fue poderosa y fundamental. Me pareció que ser humano en la naturaleza siempre se había sentido así, y que mientras la naturaleza existiera, siempre se sentiría así.