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Muchos miembros de nuestra tribu iban al acantilado cada noche para contar las que habían matado durante el día. Contaban las nutrias muertas y pensaban en los abalorios y otras cosas que significaba cada piel. Pero yo nunca iba a la cala y cada vez que veía a los cazadores con sus largas lanzas rozando el agua, me enfadaba, porque esos animales eran mis amigos. Era divertido verlos jugar o tomar el sol entre las algas. Era más divertido que pensar en llevar cuentas al cuello.