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Cuando temo dejar de ser antes de que mi pluma haya espigado mi atestado cerebro, antes de que altos libros apilados, en carácter, sostengan como ricos graneros el grano maduro; cuando contemplo, sobre el rostro estrellado de la noche, enormes símbolos nublados de un alto romance, y pienso que nunca viviré para trazar sus sombras, con la mano mágica del azar; Y cuando siento, bella criatura de una hora, que nunca más te miraré, que nunca saborearé el poder mágico del amor irreflexivo, entonces en la orilla del ancho mundo me quedo solo, y pienso hasta que el amor y la fama se hundan en la nada.