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Una vez que empiezo a trabajar en un proyecto, no paro y no aflojo el ritmo a menos que sea absolutamente necesario. Si no escribo todos los días, los personajes empiezan a anquilosarse en mi mente, empiezan a parecer personajes en lugar de personas reales. El filo narrativo del relato empieza a oxidarse y pierdo el control sobre la trama y el ritmo de la historia. Lo peor de todo es que la emoción de hilar algo nuevo empieza a desvanecerse. El trabajo empieza a parecer trabajo, y para la mayoría de los escritores eso es el beso de la muerte.