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Esta inverosímil historia comienza en un mar que era un sueño azul, tan colorido como las medias de seda azul, y bajo un cielo tan azul como el iris de los ojos de los niños. Desde la mitad occidental del cielo, el sol proyectaba pequeños discos dorados hacia el mar; si uno miraba con suficiente atención, podía verlos saltar de punta de ola en punta de ola hasta unirse a un amplio collar de monedas doradas que se acumulaban a media milla de distancia y que acabarían convirtiéndose en una deslumbrante puesta de sol.