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En términos más básicos, se trataba de cómo cuando experimentamos el arte sin conciencia crítica consentimos las ideas que promueve, intencionadamente o no, el cineasta. Por ejemplo, si vemos a un cómico racista y nos reímos de sus chistes, estamos consintiendo los prejuicios inherentes a ellos. Del mismo modo, si ves una película que perpetúa ideas convencionales sobre raza, género, etc., estás consintiéndolas y no afectando al cambio en modo alguno.