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Lo que hace a los discípulos auténticos no son las visiones, los éxtasis, el dominio bíblico de capítulos y versículos o el éxito espectacular en el ministerio, sino la capacidad de fidelidad. Azotados por los vientos volubles del fracaso, maltratados por sus propias emociones rebeldes, y magullados por el rechazo y el ridículo, los discípulos auténticos pueden haber tropezado y caído con frecuencia, soportado lapsus y recaídas, haber sido esposados a las trampas de la carne y vagado por un país lejano. Sin embargo, seguían volviendo a Jesús.