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Y en algún lugar de aquel país de nunca jamás de color carmesí en el que yo hacía piruetas enloquecidas, en un esfuerzo salvaje y loco por agotarme hasta la insensibilidad, vi a aquel hombre, sombrío y distante, semioculto tras altísimas columnas blancas que se elevaban claras hacia un cielo púrpura. En un apasionado pas de deux, bailaba conmigo, separada para siempre, por mucho que yo intentara acercarme y saltar a sus brazos, donde podría sentirlos protegiéndome, sosteniéndome... y con él encontraría, por fin, un lugar seguro donde vivir y amar.