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Cada noche añoraba el cobijo de mi tienda, la pequeña sensación de que algo me protegía del resto del mundo, me mantenía a salvo no del peligro, sino de la inmensidad misma. Me encantaba la penumbra húmeda de mi tienda, la acogedora familiaridad con la que ordenaba mis pocas pertenencias a mi alrededor cada noche.