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  • Con ojos fríos y mente indiferente, los espectadores contemplan la obra. Los conocedores admiran la "habilidad" (como se admira a un equilibrista), disfrutan de la "calidad de la pintura" (como se disfruta de una empanada). Pero las almas hambrientas se van con hambre. El vulgo se pasea por las salas y pronuncia los cuadros "bonitos" o "espléndidos". Los que podían hablar no han dicho nada, los que podían oír no han oído nada.