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Nunca le dejaré. Será así, siempre, mientras él me lo permita. Si hubiera tenido palabras para decir tal cosa, las habría tenido. Pero no había ninguna que pareciera lo suficientemente grande para ello, para contener aquella verdad hinchada. Como si me hubiera oído, me cogió la mano. No necesité mirar; sus dedos estaban grabados en mi memoria, delgados y nervados como pétalos, fuertes y rápidos y nunca equivocados. "Patroclo", dijo. Siempre fue mejor con las palabras que yo.