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  • La batalla por nuestras vidas, y las vidas y las almas de nuestros hijos, nuestros maridos, nuestros amigos, nuestras familias, nuestros vecinos y nuestra nación se libra de rodillas. Cuando no rezamos, es como estar sentados al margen viendo a aquellos que amamos y por los que nos preocupamos luchando en una zona de guerra, recibiendo disparos desde todos los ángulos. Sin embargo, cuando rezamos, estamos en la batalla junto a ellos, acercándonos al poder de Dios en su favor. Si en nuestras oraciones también declaramos la Palabra de Dios, entonces empuñamos un arma poderosa contra la que ningún enemigo puede prevalecer.