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Percy le sonrió: aquella sonrisa sarcástica y alborotadora que la había molestado durante años, pero que con el tiempo se había vuelto entrañable. Sus ojos verde mar eran tan hermosos como los recordaba. Llevaba el pelo oscuro peinado hacia un lado, como si acabara de llegar de un paseo por la playa. Tenía incluso mejor aspecto que seis meses atrás: más moreno y más alto, más delgado y más musculoso. Percy la abrazó. Se besaron y por un momento nada más importó. Un asteroide podría haber golpeado el planeta y aniquilado toda la vida, y a Annabeth no le habría importado.