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A la una en punto, el siempre lógico Gran Mayordomo del Ojo Derecho se despertó para descubrir que, durante su sueño, su homólogo del ojo izquierdo había ejecutado a tres de sus consejeros por traición, ordenado la creación de un nuevo estanque de carpas y prohibido los limericks. Peor aún, no se había hecho ningún progreso en la búsqueda del cleptómano, y de las dos personas que se creía que eran sus cómplices, ambas habían sido puestas en libertad y una había sido nombrada catadora de alimentos. A Ojo Derecho no le hacía ninguna gracia. Llevaba siglos sabiendo que sólo podía confiar en sí mismo. Ahora empezaba a dudar seriamente de sí mismo.