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Naturalmente Shirley había sabido, mientras deslizaban palabras y frases hechas de un lado a otro entre ellos como cuentas en un ábaco, que Howard debía estar tan rebosante de éxtasis como ella; pero expresar estos sentimientos en voz alta, cuando la noticia de la muerte aún estaba fresca en el aire, habría sido equivalente a bailar desnudos y gritar obscenidades, y Howard y Shirley estaban revestidos, siempre, de una capa invisible de decoro que nunca dejaban de lado.