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Pediste un Dios amoroso: lo tienes... El mismo fuego consumidor, el Amor que hizo los mundos, persistente como el amor del artista por su obra y despótico como el amor de un hombre por un perro, providente y venerable como el amor de un padre por un hijo, celoso, inexorable, exigente como el amor entre los sexos. Cómo puede ser esto, no lo sé: excede a la razón explicar por qué cualquier criatura, por no decir criaturas como nosotros, debe tener un valor tan prodigioso a los ojos de su Creador.