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Un pastor nunca debe quejarse de su congregación, ciertamente nunca ante otras personas, pero tampoco ante Dios. No se le ha confiado una congregación para que se convierta en su acusador ante Dios y los hombres.
Un pastor nunca debe quejarse de su congregación, ciertamente nunca ante otras personas, pero tampoco ante Dios. No se le ha confiado una congregación para que se convierta en su acusador ante Dios y los hombres.