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Tenía claro que daba igual lo que hiciera: nunca me apreciarían de verdad ni aprenderían lo que podía ofrecerles. Eran mucho más que volubles: eran insensibles, como gatitos, pequeños depredadores, distraídos por el primer trozo de cuerda o la primera chuchería brillante que rodara por el suelo, y nada de lo que yo dijera o hiciera podría hacer mella en su voluntaria ignorancia.